Nada permanece inmovil, todo en el universo evoluciona o involuciona en un incesante movimiento de energía. Según Gurdjieff las leyes que subyacen a este proceso universal de trasformación eran conocidas por la ciencia antigua, que asignaba al hombre su lugar apropiado en el orden cósmico.
En nuestra vida nunca llegamos a realizar lo que verdaderamente tenemos la intención de hacer. Todos nuestros movimientos y nuestras acciones están sujetos a la Ley de Siete.
Comienzan en una dirección, pero no pueden pasar el intervalo en la octava. Vamos hasta la nota «mi» y regresamos al «do». Para ir más lejos hace falta una fuerza adicional desde dentro y desde fuera. Actualmente, es la cabeza, el pensamiento, el que está tocado por el trabajo. Al cuerpo y al sentimiento le es indiferente y no reconocen ninguna exigencia mientras estén contentos. Viven en el momento mismo y su memoria es corta. Y sin embargo, el deseo de ser, de trabajar, debe venir del sentimiento; y el poder de hacer, la «capacidad del cuerpo.
Cada una de estas partes separadas tiene una atención diferente, cuya fuerza y duración dependen del material que hayan recibido.
La parte que ha recibido más material tiene mayor atención.
Creemos que podemos trabajar sin intensidad, pero esto no traerá cambio alguno. Hace falta aumentar la intensidad de las vibraciones de los centros inferiores para tener un contacto con los centros superiores.
Los centros, que vibran con una velocidad diferente, deben alcanzar la misma velocidad. Se debe proceder, como en una octava, por niveles; aprender a sentir la distancia entre las energías y que ellas sólo pueden aproximarse a través de una intensificación. Lo que es necesario, tanto en nosotros como a nuestro alrededor, es la creación de una energia más activa que resista a las influencias de su entorno y que pueda encontrar un lugar estable entre dos corrientes de diferente nivel.
Hasta sin un esfuerzo consciente, el cuerpo produce una energía, una materia, muy fina, el resultado final de la transformación del alimento que Gurdjieff llamaba «si 12». Ésta es la materia a partir de la cual trabaja el sexo y es ella la que, en la unión de las materias masculina y femenina, puede desarrollarse independientemente como un nuevo organismo.
Pero puede también formar parte de una nueva octava dentro del cuerpo. Cuando todas sus células están penetradas de esa materia, produce una cristalización, la formación de un segundo cuerpo. La vía del hombre ladino —el camino acelerado de eso que Gurdjieff llamaba «haida yoga»— incluye el empleo de la energia «si 12» con el fin de producir el contacto entre los diferentes centros y la edificación de los cuerpos superiores. Gurdjieff nunca habló de manera explícita sobre este delicado trabajo, no dio ninguna indicación, pero hay una clave a ser encontrada.
Por ejemplo, esa fricción en nosotros, ese conflicto que se requiere para producir la sustancia necesaria para nuestro «Yo», es idéntica a lo que sucede exteriormente entre la fuerza masculina y la fuerza femenina en acción. El poder de «si 12» es evidente en la experiencia de la unión sexual, que para la mayor parte de las personas es la única experiencia que permite la apertura a un estado de unidad sin esfuerzo consciente.
El ritmo de todas las funciones está sometido a esa experiencia y hay un instante de felicidad cuando uno experimenta la ausencia del yo. Sin embargo, con demasiada frecuencia buscamos el olvido de sí en esa pasión intensa, una identificación en la cual podemos perdemos por completo.
Pero inmediatamente después, el «yo» reclama sus derechos y regresamos al círculo estrecho de nuestros pensamientos y emociones ordinarios. Sin una comprensión de las fuerzas en juego, la experiencia no sirve a ningún propósito en la búsqueda de la conciencia.
JEANNE DE SALZMANN